2.23.2006

MODELADO 2 (Inciertas certezas del modelar)

«Lo moldeé, lo alisé, lo limpié una y otra vez
hasta que la nueva criatura de barro
se parecía tanto a la idea que había concebido mi cabeza
como permitían el barro y el agua»

Ch. M. Wieland, Aportación a la historia secreta de la humanidad.



Al modelar generamos, como mínimo, un espacio de relación entre dos realidades: el yo, que modela, y la materia, que es modelada.

Éste es un despacio que, aunque indeterminado, no es inconcreto. Es un espacio intermedio entre yo y una cosa que nace del contacto con mis manos, de mi hacer sobre ella. Por lo tanto, no es una cosa cualquiera, sino una proyección de mí sobre la materia, una reflexión, un espejo.

La imagen modelada que va apareciendo en aquella masa de barro, inicialmente informe, está consiguiendo fijar, capturar, retener, contener un ansia, un anhelo, una emoción nuestra. Y aquí reside gran parte de su valor.

Desde ese momento, esta masa de barro modelada es, para nosotros, una realidad, una presencia, un pedazo de luz capturado en un cuerpo.

Ahora: existe, es, y es de verdad. Nosotros lo sabemos, y esa certeza tiene una validez inestimable.

Pero, ¿cómo llamar a esa cosa de barro modelado? Seguramente no hay una palabra capaz de expresar tan correctamente nuestra experiencia como la experiencia misma. Por eso nos sentimos torpes, impotentes, a la hora de poner palabras a algo tan sencillo, tan humilde y a la vez tan profundo.

Los más dados a la tradición, dirán que se trata de una escultura, de una estatua, de una figura. Los más ilustrados, dirán que es una forma, un volumen, un espacio. Mas, siendo aquello una masa de barro tocada por nuestras manos, ¿no es algo más y – si me permitís la contradicción – algo menos que una escultura, una figura o un volumen?

Sí. Algo menos porque lo que nace de esta experiencia cotidiana del modelar, no debe tener la pretensión, la grandilocuencia, la carga histórica de una escultura, una estatua, un volumen, un espacio...

Pero, también algo más, porque ninguno de estos conceptos nos hablan de la emoción que supone añadir pequeños pedazos de barro (pequeños pedazos de huellas nuestras) uno sobre otro, llenos de inconcreciones e incertidumbres, que nos llevan al momento en que decir “¡Eureka, lo conseguí!”.

En ese momento, ni un pedazo más, ni un menos son necesarios para entender que, aquella indeterminación primera, es ahora una cosa muy concreta.

Por eso, me gusta entender el modelado como una incierta certeza.

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